PAMPLONA, miércoles, 5 abril 2006 (ZENIT.org).- ¿Por qué los apócrifos hablan más de Adán que los textos canónicos? ¿Las personas malvadas también son imagen de Dios? Estas preguntas de antropología bíblica obtienen respuesta en esta entrevista que el profesor Juan Luis Lorda ha concedido a Zenit con motivo de la aparición de un libro suyo nuevo sobre el tema.
JUAN LUIS LORDA es sacerdote, ingeniero industrial, doctor en teología y profesor de teología y antropología cristiana en la Universidad de Navarra. Lorda desarrolla en su nuevo libro «La antropología bíblica. De Adán a Cristo» (Ediciones Palabra, 2006) la antropología bíblica partiendo de la idea que «el hombre es imagen de Dios» y que «Cristo revela el hombre al hombre». –Del Génesis al Apocalipsis persiguiendo la «antropología teológica».
¿A qué conclusiones ha llegado?
–Lorda: Hice este ensayo de antropología bíblica como preparación para un manual de antropología teológica. La teología tiene que basarse en la Sagrada Escritura y hay que partir de allí. Hay dos maneras de hacer antropología bíblica. Una es preguntarse qué pensaban los israelitas hace tres mil años. Otra es preguntarse qué nos ha revelado Dios en la historia de la salvación. Son preguntas muy distintas. Pero sólo se hace teología con la segunda pregunta. Lo otro, en todo caso, es preparación. Me costó bastante darme cuenta de esto que, una vez dicho, parece tan obvio. Por poner un ejemplo. Investigar la idea que tenían los antiguos hebreos sobre la sangre tiene interés para interpretar las metáforas que usa la Biblia. Pero no me revela cuál es la función fisiológica de la sangre ni tampoco el misterio de Cristo. En cambio, decir, con San Pablo, que Cristo es el hombre nuevo y que todo hombre está llamado a pasar de Adán a Cristo, es la clave de la antropología bíblica. Y un punto de referencia para toda la teología. –El hombre y la mujer son imagen de Dios. De acuerdo.
¿Qué ocurre con los hombres y mujeres malvados?
–Lorda: Que son imágenes deterioradas. La dignidad de la imagen no se pierde nunca. Es bonito pensarlo. Los cristianos tenemos que procurar mirar a los demás hombres con los ojos de Dios. Sabemos que todo hombre es, en el fondo, una imagen de Dios. Quizá él se ha perdido o se ha estropeado, pero, en el fondo, tiene esa bondad. Y la puede recuperar con la gracia de Dios. Una madre puede darse cuenta de que su hijo se ha echado a perder. Pero, si lo ha querido como madre, siempre pensará que, en el fondo es bueno. Es lo mismo que pensamos los cristianos. Puede que sea una persona peligrosa o violenta y quizá haya que tener mucho cuidado con él. Pero esa violencia es como un mal caparazón. Algo artificial y extraño. En el fondo es bueno, ha sido hecho a imagen de Dios. Y nos gustaría que se rompiera el caparazón y se manifestara y desarrollara ese fondo. Ese es el punto de vista cristiano, que refleja el amor de Dios paterno y materno a la vez.
–¿Por qué Adán, padre de toda la humanidad, es poco mencionado en la Biblia y mucho más en los apócrifos?
–Lorda: Es una buena pregunta y da en el clavo o en una clave. A los apócrifos les gusta la figura de Adán porque les permite dar rienda suelta a su imaginación. Es lo propio de mucha de esta literatura: le interesa lo fantástico por lo que tiene de fantástico y asombroso. Los libros canónicos de la Biblia son, por lo general, mucho más sobrios. Y lo que manda no es la fantasía, sino la revelación de Dios. La Biblia es el testimonio religioso de la revelación de Dios con Israel; con la historia de la Alianza y la oración de Israel. La figura de Adán es, evidentemente, una figura importantísima. Es el primer hombre y también es presentado como el arquetipo de toda la humanidad. En la Biblia aparece en el Génesis, que es como un prólogo de la historia sagrada de Israel. El texto del Génesis nos quiere transmitir algunas ideas importantes sobre la condición humana y su relación con Dios. Y usa hermosas metáforas e imágenes. Pero no por el gusto de dejarse llevar por la fantasía, sino por la necesidad de mostrarnos con imágenes los misterios de Dios. Por eso es, al mismo tiempo, un texto tan sobrio.
–Usted insiste en que los relatos del Génesis pertenecen al género literario. Hay gente que no los interpreta así sino al pie de la letra. ¿Que les diría?
–Lorda: Es un tema delicado, porque no todo el mundo entiende lo mismo con las mismas palabras. Evidentemente, el Génesis es un relato; es decir, algo narrado, contado. No es una fotografía ni una grabación de cine. Es evidente. Además, es un relato lleno de elementos simbólicos, que hay que interpretar. Y están en el relato precisamente para que se interpreten, porque el texto quiere hablar con imágenes. Si se interpreta sólo al pie de la letra, se pierde lo más importante del contenido. Por poner un ejemplo. Si yo escribo ahora que «mi alma se levanta como un pájaro» y de ahí alguien deduce que mi alma tiene alas, sería la peor interpretación posible. Porque se ha quedado en la materialidad de la letra y ha perdido lo que quería decir con ella. Es como las fantasías medievales que querían encontrar el «árbol de la vida». Se quedaban en la materialidad y se olvidaban del significado. Yo entiendo la preocupación que tienen algunos en la literalidad. Es que, a veces, se ha abusado de la interpretación y se ha creado desconcierto sobre el valor sagrado de la Biblia. Pero lo importante es respetar la naturaleza del texto sagrado y la manera de hablar que tiene. En la Iglesia hay una tradición muy coherente sobre esto y basta tenerla en cuenta para no equivocarse. Por otra parte, lo mismo que el texto quiere ser sobrio, también la interpretación debe ser sobria.
–Benedicto XVI habla a menudo de la antropología teológica. ¿Se podría decir que ha elaborado un pensamiento propio en este campo, por ejemplo con su encíclica «Deus Caritas Est»?
–Lorda: Creo que en la elaboración de «Gaudium et spes» y en el pontificado de Juan Pablo II, se ha producido un formidable desarrollo de la antropología teológica. Y es evidente que el entonces cardenal Ratzinger ha tenido un gran papel en los muchos documentos de Juan Pablo II que se refieren a este tema. Además, me parece que la encíclica «Deus Caritas est» contiene una estupenda síntesis sobre la naturaleza y tipos del amor humano. A mí, sinceramente, me ha parecido genial lo que dice sobre el modo en que el amor impulso («eros») se convierte en el amor entrega («ágape»). Hay una preciosa referencia para explicar el amor matrimonial y, en realidad, todos los tipos de amor. Sobre estos temas, hubo un gran debate en los años treinta, la exposición de Benedicto XVI muestra una equilibrada síntesis que mejora mucho lo que hemos recibido. Y no es una cuestión cualquiera. El amor es el fin de la vida humana, la causa de la felicidad. Y es un gran punto de diálogo con los que no son creyentes. Cuando Pablo VI decía ante la ONU que la Iglesia es «experta en humanidad» lo puso de relieve. Tenemos algo hermoso que ofrecer a todo los hombres. La luz de la fe ilumina las áreas más importantes de la antropología. Lo hizo el Concilio Vaticano II, lo hizo Juan Pablo II, perfectamente consciente de este valor, y lo ha hecho Benedicto XVI. Hay una perfecta continuidad. Y esta luz es también un camino para que descubran la verdad de la fe cristiana.